Poesía de Felipe Grisolía

Encuentro delirante
Perdone si me equivoco 
al buscarla en mi recuerdo.
De su nombre no me acuerdo,
mas de su rostro... tampoco.
debe se porque trastoco
todo cuanto conocí.
Lo importante o baladí
para mí es de igual valor
y hasta del mismo color
de lo último que vi.
Veo rojo lo amarillo
y azul cobalto lo verde
Cualquier matiz se me pierde
en este batiburrillo.
Todo carece de brillo
sea opaco o deslumbrante,
aburrido o trepidante,
sea mujer o varón,
solo existe en mi razón
lo que tengo por adelante.
Es terrible esta dolencia
que me aqueja y atormenta
apenas si me doy cuenta
de mi falta de conciencia
y medro en la incoherencia
cuando basándome en eso,
sin pensarlo, lo confieso,
en el medio de la calle
me abrazo a su frágil talle
y en sus ojos me embeleso.
Comprendo que le parezca
esta excusa un poco burda,
que mi conducta la aturda
y que su tez palidezca.
Mas parece que merezca
el mal que me tiene preso,
su comprensión y por eso
mientras me mira perpleja,
arrebolada me deja
la limosna de su beso.
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Rosas tristes
¡Qué poco sabemos los hombres de rosas!
¡Que poco sabemos del pálido aliento
que merma su brillo!
¡Qué poco asumimos del silencio frágil
que como un cuchillo
cercena sus galas, sus risas, sus cosas!
¡Qué poco sabemos los hombres de rosas!
¡Qué poco sabemos de sorber sus gotas
de miedo, de espanto!
¡Qué poco advertimos del leve suspiro
y apagado llanto
que vierten las alas de sus mariposas!
¡Qué poco sabemos los hombres de rosas!
¡Qué poco sabemos de pétalos suaves
a merced del viento!
¡Que poco sufrimos sobre nuestras carnes
el padecimiento
de esa flor que a veces se deshoja a solas!
¡Qué poco sabemos los hombres de rosas!
¡Qué poco sabemos!

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