PARTO EN LA VEJEZ, Juan Cristóbal Espinosa Hudler

Cuando volvió de la anestesia sintió la cabeza abotagada, no distinguía las cosas y oyó que su respiración era la de un fuelle. No le sorprendió nada la situación, ya estaba acostumbrada a arrastrar su desecado cuerpo para oponerse al torrente del tiempo. Sabía que tenía la barriga rajada, pero no se la quiso tocar. Abrió y cerró los ojos intentando que el refriegue de sus párpados le aclarara la vista. No le resultó y tuvo que resignarse a mirar cosas borrosas por la falta de gafas. Quería hablar, pero sus labios se entretenían haciendo pucheros sin dejar que saliera su voz. 

Se fue sintiendo mejor y las cosas se hicieron más nítidas. No recordaba bien su habitación, pero la dureza del colchón le confirmó que seguía acostada en su rudimentaria cama. Tenía una aguja en el brazo destilándole en la sangre un poco de suero. De pronto, apareció una mujer joven vestida de color huevo duro. 

―Ha salido todo bien —le explicó la joven mirándola fijamente— los niños están muy bien.

Doña Martina rió y la enfermera le mostró una sonrisa que le pareció sarcástica, por eso abrió lo más que pudo la boca y le dijo: 

―Usted no sabe lo que es el heroísmo... y quizás ni lo llegue a saber. A mí me ha costado toda una vida...nadar contra corriente y... lo he logrado. Primero me recluyeron en mi casa, después me enjaretaron a los hombres que no quería, luego..., me fueron cercando... con tareas inútiles y... mi empleo sólo servía para librarme de la cocina..., la lavadora y... demás faenas de la casa. Al final..., casi cuarenta años después..., logré embarazarme... en contra de la voluntad de todos... A ver..., ahora, sí... Ríase de mí lo que quiera.

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