Micros de Raquel Mejuto

María
La habitación era amplia pero la mesa y las sillas junto con el mueble de comedor la hacían pequeña. Apenas quedaba sitio para transitar. Los comensales se fueron sentando sin dejar de hablar. Las voces rebotaban en las paredes y llegaban a los oídos carentes de sentido, las distintas conversaciones convergían en un solo ruido que ocupó los espacios libres abarrotando la estancia.

María, desde su asiento, observaba sin atreverse a ir más allá. Con la mano buscaba el lazo del pelo para hacer bien el nudo o jugaba con la servilleta dejando que pasaran los eternos minutos. Encerrada en su pequeño espacio solo ansiaba que llegara la hora de marchar.


Su cuerpo menudo apenas destacaba y los párpados entornados no dejaban ver su mirada triste. Solo podía ver las viandas cuando llegaban a su plato, comiendo con desgana. De postre solo tomó turrón del duro, más que por gustar, por los recuerdos que este dulce traía a su mente. Mientras paladeaba no pensaba en nada, degustando las almendras envueltas en miel. Buscando el sabor de otro tiempo que, por supuesto no encontraba. Se concentró en esta labor, notando como los dedos se pegaban al manjar. El calor, los radiadores estaban encendidos, hacía que las gotas de sudor resbalaran por la frente y que la camisa se le pegara a la espalda. Cuanto más sudaba más se encogía, escondiéndose para que los demás no vieran la transpiración ni notaran el mal aliento que, a ella, se le antojaba nauseabundo. Notaba la boca pastosa pero el vaso con agua estaba muy lejos, tenía que alargar el brazo y cogerlo con los dedos pegajosos y al llevarlo a la boca dejaría también el borde manchado. Maldijo aquel trozo de turrón y lo dejó en el plato.

Cogió la servilleta que tenía en el regazo y trató de limpiarse, las manos se le pegaron a la tela. Pensó en lavarlas pero para eso tendría que ir hasta el aseo, dejar su espacio y exponerse a las miradas de los demás. Decidió no moverse del sitio.

Respiró profundamente cuando olió el café y le pusieron la tacita con su platillo, no usaría la cucharilla el azúcar estaba lejos, muy lejos.

María levantó la mirada para ver cómo humeaba la cafetera y pensó que pronto, muy pronto, estaría de nuevo en su casa.
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Me quedé sin chocolate

El día plomizo invitaba al recogimiento pero yo tenía que salir de casa, como todos los días, a dar mi paseo. Deambulé por la casa buscando algún pretexto. Pensé en la cafetería del puerto como meta para darme aliento. Me imaginé en mi mesa del rincón mirando el mar y tomando a pequeños sorbos un chocolate caliente. La boca se me hizo agua solo con el pensamiento, en vez de caminar corrí hacia el bar. Me acerqué a la puerta del establecimiento e intenté entrar mientras mis ojos leían una nota pegada en el cristal “Hoy no hay chocolate”. 

Igualmente entre y me senté, de mala gana pedí un café y lo tomé. Volví mi mirada hacia la ventana y en el horizonte encontré lo que en realidad había ido a buscar. Me quedé sin chocolate pero disfruté del aire salado, de las olas, de los barcos y de los rayos que se le escapaban a las nubes antes de que al sol, como si de chocolate se tratara, se lo tragara el mar.
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