Micros de Núria Burguillos

BUBBA
Un paseo por la orilla del mar, en un día con bandera amarilla, es de lo más reconfortante.
Se pueden admirar los tonos azules, turquesas y verdes cristalinos del agua en contraste con el cielo, saborear el rumor de las olas, jugar con las nubes que se columpian en el horizonte y chapotear en la espuma blanca y fresquita que te acaricia los pies. Los pensamientos vuelan, como las gaviotas, cazando amores prohibidos, y los socorristas de la playa alertan sus sentidos porque saben que mucha gente no piensa con la cabeza.
Para Bubba -lo llamo así porque me niego a llamarlo "sin papeles", "top manta" y mucho menos "ilegal"- la playa tiene otros matices. Ha recorrido la orilla delante de mí; varios kilómetros bajo el sol, cargado con la mercancía, y sólo una chica le ha comprado un bonito pareo. Agotado, ha llegado a la zona de los chiringuitos, pero se ha sentado en la tapia, ha agachado la cabeza y se ha puesto a gritar en silencio, al lado del SOS, muerto de cansancio y de sed de justicia. Nadie ha escuchado sus gritos de socorro, ni los vigilantes de la playa, que miraban al frente por si algún descerebrado se ahogaba, y ellos también, detrás.
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