Micros de Malena Cartagena

POEMA
Él parecía de atar cuando tatuaba su cuerpo con sus pinceles depravados de giros transversales u oblicuos
Ella era el mapa para sus símbolos cuando, exaltado, se cortaba la piel y la decoraba con su sangre.

Siempre a sus trazos la invadía la plenitud en viajes extasiados al murmullo, asumiendo era su pequeña victoria esperando lapsarse al máximo cuando se entregaba en derrota.

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Temía mucho a la luna,cuando proyectaba su inmenso círculo y vanamente trataba en no convertirse.
Así sin brújula para sus colmillos, repitiendo hexámetros al soliloquio de sus babas de loba. 
Era inevitable morir sin culpas en ese estado en el que desconocía de compasión.

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Todos iban distraídos al son de los remos,embriagados del horizonte teñido de cobalto, bajo un sol que reverberaba y parecía iba a hervir a los peces, las hojas por las orillas parecían manchadas de luz.
Sara acarició el crucifijo atado con un cordón a su cuello, mientras sonreía, como ninguno en el grupo. Tenía monedas, había logrado convencer a Caronte que descansara y ellos le darían a los remos, su pago se lo canjeó por un bonsais.

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Me recortaron en diminutos pedacitos y luego me aventaron al viento, y sucedió que pájaros de la luz que poseen plumas de cuarzos, de mis pedacitos, por ellos curiosamente recogidos se hicieron un nido donde aguardar el crudo invierno. Agregaron pastos secos del toronjil y azucenas, y de un viento contrario algo de aloe y un toque muy sugestivo de pimienta del Norte donde sus amigas, las águilas, argullen tener sus plumas espolvoreadas de tan incitante especie.
El más cantor de ellos se apropió de mis pedacitos de boca y pudo plasmarme una sonrisa irónica algo llena de espejismos.
De mi nariz habilitaron un receptor con efluvios de los bosques cercanos, por lo que casi siempre me andaba regodeada oliendo flores silvestres vestidas para la primavera y... ¡Oh, mis oídos! ... Los columpiaron sobre las delgadas ramas que me sostenían en el nido.
Unas chicharras de campo enseñaban a las ramas cantoras voces gregorianas y me pasaban notas de alpistes, grillos, la infaltable salamanquesa de sonido misterioso como cualquier interrogante. 
Pasado el verano me colocaron de nuevo en mi cama de agosto y creyeron que iba a andarme convencida de que todo fue un sueño. No contaron con la lechuza, que nunca pensó abandonarme y me cuidó en las noches.
No sea que intentasen de nuevo partirme en pedacitos los malos de mi entorno.


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