Micros de Aurora María posada

Hombre contra el muro
Lo inevitable vendría después, cuando saliera del doble fondo a enfrentar, vestido a la fuerza, lo que había negado por tanto tiempo.
De pronto se sintió solo en medio de la embriaguez. Salió al patio asfaltado. Tambaleando cruzó la corta distancia que lo separaba de su pretérito imperfecto. Con la mirada turbia intentó asirse de algo: un árbol, una pasarela, un ala, una estrella. El mundo le da vueltas, como sus pensamientos, todos galopados en su afiebrada memoria: calles con perros sueltos; niños desamparados; callejones sin salida; mujeres de cinco pesos, infieles agazapados y, en medio de medio mundo, emerge el dolor y la inmovilización de la última bofetada. Que hoy se parece mucho al infierno que lo está abrazando.
Había intentado, más de muchas veces, escapar de los demonios. Sin poder huir con valentía. Sin conseguir, nada más, que saltar del preludio al vacío. Para después sentirse, como están los hombres cuando nacen, ciego y desnudo. 

Sus propias sombras se desperdigan por todos lados empujándolo a enfrentar lo inevitable. Con frenético impulso abre los brazos, escalando la locura de cal y yeso. Siente un amargor en la boca que lo sentencia a muerte. Como un indefenso gato, a punto de ser despescuezado, por algún maniático de manos homicidas. Ve, ante sus ojos, lo que busca. Lo por ella escrito y por el leído: palabras en blanco y negro creadas para atormentarlo. Hasta aquí hemos llegado.
Frente a la imagen rota y alterada, habla el hombre frente al muro: 
̶ Ámame como entonces. No es posible que mientras tú calles, yo me encuentre maniatado en esta dualidad que ha girado mi vida. Cómo pudo suceder que, tu sonrisa roja, perdiera el miedo. Mientras mi alma se asoma apenas a la luz del ocaso - ¿Cómo pudo suceder?

De pronto su sombra se contrae ligeramente. La inevitable mueca arrancada de la sin razón, lo sumerge sin saber donde ha estado.

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