FEDERICO NO MURIÓ, LO MATARON, Manuel Martínez

La luna brillaba con todo su fulgor alumbrando los campos de olivos plateados cuando te mataron. Aquel último disparo sonó por la vaguada y se abrió camino hasta hoy, cuando los que te lloran se preguntan ¿Por qué?
¿Por qué tu cuerpo tirado en la cuneta con tus últimos poemas frescos aún en el cuaderno?
¿Por qué nadie curioseó en tu cartera donde guardabas con celo la foto de tu madre, para avisar a los tuyos?
¿Por qué no anduvieron más tus zapatos, aquellos que visitaron Santiago de Cuba en un coche de agua negra bajo los cielos de estrellas blancas, cuando la palma quiso ser cigüefla?
¿Por qué se calló la Sierra cantaora de bandoleros, fandangos y verdiales?
¿Por qué tu reloj siguió cantándole al tiempo en el Nueva York de cieno, de alambres y de muerte?
¿Por qué no se paró la muerte con su ímpetu primitivo ante tal atropello?
¿Por qué se rompió el amor ignorando su frenesí de juventud?
¿Por qué no vinieron los ángeles justicieros con sus alas blancas a salvarte?
¿Por qué los justos huyeron a otros lugares más justos?
Su eco aún resuena por la Sierra Morena española hasta la Sierra Maestra cubana donde se forjó la libertad y la esperanza, hermanado en el sufrimiento al Carancho de Utracán de la Pampa argentina con los humedales vietnamitas de Ramsar; al fin lo hicimos los humanos, desde las tablas de esa ley que no nos llega y que se va cuando más se la necesita, porque articulamos fronteras donde no las hay y les cerramos los ojos a nuestros hermanos; todo un doloroso ¿Por qué? que te quemaría las entrañas aquella noche del 17 de agosto de 1936, para terminar, de madrugada, tendido al lado de un maestro y dos banderilleros anarquistas, sin respuesta.
Así es que aún con estrellas en la templada madrugada, mataron a Federico, un pelotón de verdugos que no osó mirarle a la cara.




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