BINDI, Almudena Villalba Orgnero

Yamir contempló sus manos tatuadas y por primera vez, maldijo la habilidad de su prima. Llevaban desde el amanecer preparándola y este era el retoque final. Cuando acabó con la henna le ofreció un espejo para que comprobara el maquillaje de su rostro. Se sorprendió con la imagen que le devolvió: un rostro bellamente adornado. Se vio guapa. Si la tristeza no hubiera deslucido tanto abalorio y colorido, hasta se podría haber sentido orgullosa del reflejo de aquella incipiente mujer que no reconocía en ella misma. Pronto la sorpresa se tornó nostalgia al reparar en el punto rojo de su frente ¡Qué ironía! - pensó- aquel círculo que hasta hace poco tiempo era símbolo de la complicidad que le unía a su madre, hoy se convertiría en la señal de su definitiva separación. Recordó orgullosa cuando se lo pintó por primera vez, contaba siete años, la alegría que le inundaba cuando veía aparecer a su madre con los utensilios de maquillaje, claro, que por entonces desconocía su significado: el estigma que la marcaría para los demás como "mujer" casada.


Yamir se dejó llevar por los dulces recuerdos. Lo que hubiera dado por regresar a aquella infancia y escapar de lo que realmente la aterraba en este presente que avanzaba sin remedio. Frenó la lágrima que, traidora, hacía peligrar el laborioso trabajo y se obligó a sonreír. Tenía que sentirse orgullosa ante su familia y su futuro marido: ese hombre al que solo había visto en un par de ocasiones, y con el que tendría que encerrarse entre las cuatro paredes de una habitación al caer la noche. Ese hombre al que horas antes le habría jurado amor eterno y obediencia incondicional.

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