viernes, 26 de agosto de 2016

SUCEDIÓ EN ALICANTE EN UNA CHARCA DE FUEGO, Mimi Juliao Vargas

José del Cristo Molina y Cifuentes era un chico del común, que en plena adolescencia y muy al contrario de los demás zagales contemporáneos, disfrutaba de la compañía de sus abuelos maternos a los que consideraba sabios. En muchas oportunidades, pasaba horas enteras escuchándoles las historias y leyendas de su país, pero siempre terminaba Indagando sobre las famosas “fogueres de Sant Joan” que para él ,encerraban toda una orgía de misterios perdidos en la oscuridad de los tiempos y con solo pensar en ello, los nervios cervicales le producían un cosquilleo a lo largo de su columna.

Los abuelos habitaban en el casco antiguo de Alicante y desde su alto balcón la vista se recreaba ante el admirable espectáculo que, de día ofrecía el Paseo de la Alameda, con sus pisos en cerámica diseñada artísticamente en forma del oleaje como el cercano mar, y en las noches de las fiestas de San Juan, brillaban entre las llamas de las fogatas que enardecían los ánimos de sus habitantes, igual que a centenares de turistas que para tal fecha en el mes de junio, visitaban las costas del mediterráneo.
La casa de los abuelos era una antigua construcción levantada en piedra que databa, por lo menos, de principios del siglo XIX y era además la cuna de la familia Cifuentes Fuenmayor.
Esa tarde había revuelo. Doña Remedios, la abuela, preparaba todos los ingredientes para una suculenta paella que al día siguiente serviría a toda la familia, acostumbrada todos los años a reunirse en este lugar tan estratégico como hermoso, para contemplar los días del solsticio, uno de los motivos de la fiesta. El abuelo no cabía en la euforia que irradiaba. Sudoroso y con las mejillas encendidas, traía hacia la playa su caja de herramientas y materiales para terminar de confeccionar los ninots con una rara alegoría diabólica que debía arder cuando en la torre de la iglesia sonaran los doce campanazos llegada la media noche. Así se cumplía todos los años desde que José del Cristo puede recordar. Eran las cinco de la tarde y el calor hacía hervir la arena de la playa, ya todo había quedado listo. Solo faltaba que llegara la tía Carmiña con su marido el tío Francisco y sus tres hijas que traían del cogote a José del Cristo. Eran hermosas, pensaba con los ojos entornados y mirada lujuriosa, soltando un profundo suspiro cada vez que las recordaba.
El fuerte olor a mariscos que despedían desde la cocina los preparativos y condimentos, indicaba que ya todo estaba listo para cocinar al día siguiente la cena, y los perros con ese aroma, ladraban tan desesperadamente que no había Dios posible para callarlos. Había movimiento de parientes con maletas que subían y se acomodaban en las diferentes habitaciones y rincones del viejo caserón que, cual madre cariñosa, se dilataba en amor para darles abrigo.
José del Cristo se multiplicaba para ayudar. También hacía parte de los colaboradores del abuelo en el levantamiento del andamiaje y preparación de la fogata y el ninot, le tocaba aportar los esfuerzos que éste ya no podía realizar, pero seguía sintiendo, y eso era de todos los años, cierto recelo cuando tenía que pintar los colorines fantasmales de aquellas raras alegorías. Y en un momento de reposo, se atrevió a preguntar:
—Abuelo, ¿por qué te gusta tanto acercarte al fuego y jugar con estas figuras tan espectrales? —Hubo unos minutos sin respuesta, solo silencio de parte de don Simón quien paralizó la actividad y se quedó mirando el horizonte sin ver nada en la playa. Lentamente dirigió su mirada a José del Cristo y con una mueca en sus labios que podía interpretarse como una sonrisa, le dijo:
—Ay hijo, si yo te contara…
—Dime abuelo, me intriga mucho.
Don Simón soltó un trozo de madera que tenía en las manos, y con mucha parsimonia levantó un pié para descansarlo sobre la caja de sus herramientas. Con calma tomó un cigarro y oliéndolo ceremoniosamente, lo encendió con el pretexto de hacer un descansito, y dijo:
—Por los años de 1.826, más o menos, no recuerdo, me contaba mi madre que estas fiestas al principio, no eran oficiales y solo algunos grupitos populares organizaban ciertos festejos con rituales en los cuales se le rendía culto al fuego. Pasaron algunos años y, cada vez, la costumbre se iba expandiendo por toda valencia y pueblos cercanos hasta llegar a Alicante. Algunos alcaldes promulgaban bandos prohibiéndolas por temor a que estas prácticas dañaran la moral y las tradiciones y costumbres religiosas de la población en su mayoría agricultores. En cierta ocasión, se llegó a rumorar que se aprovechaban de la celebración religiosa de San Juan para terminar en orgías. Hubo un señor muy prestante, de apellido Pobil, precisamente, el tatara-abuelo de tus primas, las hijas de Francisco Pobil, quien llegó a enviarle una carta al Alcalde de Alicante, solicitándole frenar estos desmanes. El alcalde firmó un comunicado con tal fin, pero no se sabe por qué no fue publicado, y el pueblo se entregó a sus fiestas profanas con el rito del fuego. Cuenta la leyenda, no me consta, que en una de estas noches de desmanes, apareció junto a la hoguera una espantosa mujer vestida con harapos sucios y el cabello alborotado; tenía el rostro maquillado como una marioneta blanca y con muchas arrugas, parecía una emigrante extranjera; se encontraba ebria y comenzó a bailar sin control. Se fue acercando mucho al fuego y en una de las vueltas del baile, una enorme llamarada, cual brazo luminoso, la envolvió consumiéndola en solo unos instantes. No quedó de ella ni las cenizas porque el viento las esparció por todo el sector quedando en el espacio solo el eco de un alarido que se metió entre el mar mientras se consumía. Todos los festejantes presenciaron tal espectáculo terrorífico, al ver levantarse de entre las llamas una bola de fuego que salió disparada hacia las nubes. Por las noches, devolvía el eco de aquel grito con la brisa entre sus olas. Fue cuando la población reaccionó acabando con los desórdenes de las fogatas y acatando la reglamentación que expidieron los alcaldes en la cual, sin prohibir la celebración con actividades pirotécnicas, se convertía en un espectáculo popular, tradicional y organizado. A pesar de que aún le quedaban algunos miembros del gobierno contradictorios, tuvo muchos simpatizantes amigos quienes defendieron sus valores históricos y culturales con diferentes armas, gracias a una fina pluma, con lo cual, se fue haciendo cada día más famoso y atractivo no solamente para que los turistas disfrutaran de la fiesta, sino a dejar mucho dinero que se convirtió en progreso. Y en todo lo que tú estás aprovechando.
¿Que por qué siempre elaboro ninots aquí con algo fantasmagórico? Porque mientras otros queman malas épocas, personajes de la política y demás, yo quemo el recuerdo y las malas energías que pudo dejar esa aparición para que jamás regrese a Alicante.
José del Cristo quedó mudo y en suspenso por un instante después de este dantesco relato, pero el miedo se apoderó de su mente como una obsesión a partir de ese momento.
A la mañana siguiente, ya despejado y tratando de olvidar el recuerdo de la historia, inició su plan trazado y reforzado desde hacía mucho tiempo con el sueño de invitar a las primas a la playa. En compañía de algunos de sus amigos, se reunieron para prepararse a celebrar las festividades uniéndose a quienes apoyaban a una hermosa niña que habían elegido como reina de la belleza de los festejos del barrio, hasta que llegó la noche.
José del Cristo tenía acelerado el tic nervioso que le hacía guiñar un ojo intermitentemente. Después de comer toda la familia, de aquella abundante y deliciosa paella, acompañada con algunas copas de vino, salieron al paseo y a la playa colmada de turistas y de vecinos del barrio, que con varias botellas en las manos brindaban generosamente toda clase de licores. José del Cristo, eufórico, sintiéndose ya un hombre hecho y derecho, no se perdía de ninguno. Con los ojos ya nublados y próximo a aplicar el plan B programado, en donde orgullosamente iba a demostrar que ya era un varón lleno de fogosos ademanes viriles , y la mira puesta en la mayor de sus primas, volvió su vista a la hoguera y a aquella figura grotesca que le pareció lo miraba fijamente a él. Se tomó otros tragos de diferentes licores mirando de reojo a la figura que cada vez le hacía un gesto nuevo, hasta que le guiñó un ojo...! Se olvidó de las primas y de la familia, y ya con los ojos enrojecidos y fijos en el bendito ninot, se embriagaba como un loco. Había consumido tanto alcohol, que descontrolado hacia piruetas junto a las llamas, gritaba y se contorsionaba pretendiendo bailar con las diferentes mujeres que asistían al festejo, hasta que cayó sudoroso revolcándose en la arena. Se dejó obsesionar por su fantasía hasta que en estado de postración, continuó sentado muy cerca de la hoguera observando fijamente las figuras que le hacían las llamas. De repente, hubo algo como una explosión. Con los ojos casi cerrados y lleno de arena, José del Cristo alcanzó a ver una bola roja de fuego que se elevaba rápidamente hacia las nubes y un rostro que guiñándole un ojo le decía adiós.
Con los ojos desorbitados y fijos en las nubes de humo que se elevaban, José del Cristo Molina y Cifuentes entró en estado de catarsis
Luego, oscuridad y silencio.
La voz grávida y airada del abuelo lo sacó del limbo:
“¡Levántate ya, muchacho! ¡ llevas 48 horas durmiendo tu primera borrachera! ¡Basta, qué vergüenza! Se acabó la fiesta, se fue la familia y solo te dejaron saludos.”
Y José del Cristo Molina y Cifuentes se sintió un guiñapo. Además del terrible malestar de la «resaca», le dolían mucho los ojos que no podía abrir por la irritación del humo y el fuego permanente sufrido en sus retinas; sentía la vergüenza por lo sucedido desatendiendo a sus primas y demás amigos, y la rabia y frustración de haberse perdido de una oportunidad en esa hermosa noche de celebración de «Les forgueres de Sant Joan». que pudo haber sido la culminación de los voluptuosos sueños que le propiciaban sus alborotadas hormonas… Al mirarse en un espejo le atacó un fuerte dolor de cabeza y sintió que era una basura como sus famosos planes.
“Otro día será”, se dijo,” ya tuve mi primera borrachera… ya soy todo un hombre”, mientras sonreía con cara de idiota para consolarse y auto-justificar su fracaso.


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